martes, agosto 01, 2006

Señores piratas, mis respetos


por Solveig Hoogesteijn (*)

El sábado pasado me encontraba en esa cola interminable que se hizo en la autopista Francisco Fajardo. Venía en mi camionetica Barbie, como la llama mi hijo claro, porque a él le parece de juguete, como si fuese fácil comprarse una 4x4 de esas relucientes . Acababa de visitar los cines de El Marqués y estaba en dirección a los del Recreo, pendiente de que todo estuviese en su lugar: afiches, censura, buen sonido, público en las taquillas, cuando de pronto... ¡la vi! Un muchacho flaco, sonriente y desgarbado me la puso en las narices. Era ella, insustituible, ¡la verdadera! ¡Era Maroa! La que había sido estrenada el día anterior, pero en versión portátil, cómoda. "Llévesela, es buenísima!", me dijo con sus dientes pelados el simpático muchacho. Un quemadito pues, con el texto copiado de la promoción de prensa que se había hecho dos días antes: "Varias formas de amar, una sola de sobrevivir". Buena foto, sinopsis actualizada, empaque de lujo. La cola lenta, el muchacho acopladito, leo el subtítulo: "De la directora de Macu, la mujer del policía y Santera". ¡Exactamente, lo que me había recomendado mi asesor publicitario! Señores piratas, mis respetos. ¿A cuánto me la dejas? "A 12.000 bolívares". ¡Tremendo negocio! La fabricación de 2.000 quemaditos, ofrecidos en 24 horas, cuestan por pieza tan sólo 1.200 bolívares con impresión, carátula, material virgen y quemada, todo incluido. Este descubrimiento lo hicimos mi amiga Marta y yo cuando investigamos ese mundo que crece debajo de las torres del Centro Simón Bolívar, otrora emblema de nuestra ciudad, en el que se habla un castellano muy variado y colorido: ecuatoriano, dominicano, cubano, barloventeño y caliche. Es una verdadera industria que de improvisada nada tiene, bautizada certeramente como Saigón reminiscencias de destrucción total de la ciudad vietnamita después de la guerra . Tuve allí un bello reencuentro: Macu, pirateada desde hace 20 años. Señores, qué fidelidad. Me siento honrada porque generaciones valoran ese trabajo de un maravilloso equipo.

Y Santera, esa historia choronicense de hace exactamente 10 años. Me acordé de mi tía Antonia: "Niña, ¿por qué usted se mete en tantos líos y tiene una vida tan difícil? Con esa figura y encanto pudiera casarse con un hombre rico y darse una buena vida?". ¡Ay tía, no fastidie, es que me gusta más eso de contar historias! Señores piratas, mis respetos. Ustedes se han convertido en los verdaderos e invictos difusores culturales de Venezuela. Free deli- very, en la acera, en el asfalto, en tiendas de centros comerciales que pagan alquiler, ISLR y todo. Y es que hasta en la ventana de un automóvil en marcha, allí está su mercancía. ¡Nadie puede con ustedes! Ni aquella policía antipiratería que apareció por ahí en 1996 y que se desvaneció un año después; ni el capitán José Vielma Mora, a quien va mi sincero respeto por eficiente e inteligente, que algún día pondrá orden en el asunto. ¿Qué digo? Si ni siquiera puede con ustedes Bill Gates con todo su imperio. ¡Los declaro vencedores! Recientemente otro soñador, con un nombre aún más enrevesado que el mío tanto que hasta a mí me cuesta pronunciarlo, Ja ku bo wicz , logró una especie de armisticio: un mes de tregua. Señores, sólo algunas semanas para que el público pueda disfrutar la historia completa, sin cortes en las escenas, contada en esa pantalla amplia y luminosa, acomodado en el asiento mullido, sin celular, ni niñitos molestosos, con cotufas y hasta whisky en mano, mientras escuchan ese dolby surround... ¡qué delicia! ¿Saben ustedes cómo suena un disparo que viene de atrás, de los subwaffers, como decía Stefano el sonidista, para incrustarse en la pantalla? Agachas la cabeza, es un reflejo. Señores, dennos vida. ¡Déjennos ir al cine! Esta película fue hecha con mucho esfuerzo por 50 técnicos que viven de su trabajo, tienen familia, pagan alquiler, gasolina y alimentos; y por actores que lo dan todo por su oficio. Sin hablar de aquellos empeñados en su distribución, promoción y exhibición. Y yo que soñaba, después de 5 años de trabajo, con comprarme una camioneta de esas grandes y cómodas con los ingresos de Maroa. Señores piratas, practiquemos la convivencia. Dennos tan sólo un mes de tregua.

Después ustedes, con parche en el ojo y bandera flameante, se hacen cargo de la difusión cultural amplia desde el Delta del Orinoco hasta el pueblo de Maroa, que no tiene cine. Un chancecito, como dicen, un chancecito nada más.

(*) cineasta

El Nacional - Jueves 20 de Julio de 2006 B/10
Cultura y Espectáculos

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